Si hay una cosa más inusual que un Papa emérito, fenómeno bastante raro en la historia, es el entierro de un Papa emérito en el corazón de Roma.
A lo largo de la historia de la Iglesia católica ha habido siete papas que renunciaron al cargo, pero las circunstancias forzosas de sus retiros hicieron imposible que los pontífices fueran enterrados como corresponde al heredero de San Pedro o que se pudiera desarrollar un protocolo específico. Sin embargo, la renuncia de Benedicto XVI (2005 a 2013) sí fue voluntaria e integrada en el seno de la Iglesia.
Esta situación sin precedentes ha obligado a la Iglesia a crear sobre la marcha los rituales, singularidades y protocolos que deben guiar la despedida de un Pontífice que no ejercía como tal, pero tampoco se había alejado de su fe o había sido obligado a dejar el cargo.
La primera muestra de cómo será el funeral dedicado al Papa emérito, igual al de su antecesor, pero a la vez muy diferente, ha sido a través de la cámara ardiente de Benedicto XVI, instalada hasta el lunes en su residencia, el ex monasterio Mater Ecclesiae» en los Jardines Vaticanos, donde vivió sus últimos años, y posteriormente en la basílica de San Pedro.
La ausencia de zapatos rojos
Mucho se ha debatido en la Curia romana sobre los detalles de las pompas fúnebres e incluso sobre si era oportuno o no que llevara las vestiduras pontífices, pues alguno planteaba vestirle como obispo en vez de como Papa. Finalmente, el fallecido ha portado en este primer acto las vestiduras color rojo, idénticas a las de Juan Pablo, con una mitra con bordes dorados. En las manos ha llevado un rosario, también como su antecesor.. pero hasta ahí llegan las similitudes con otros funerales. Las diferencias que indican, en un mundo marcado por los símbolos, que ya no era el Papa titular empiezan con la ausencia del palio papal en los hombros y el bastón de la «cruz pastoral» que le correspondía como pastor de la Iglesia. El precio de no ser «regnante» es que no puede mostrar estos símbolos de poder propios de la Iglesia.
Otra importante ausencia es la de los zapatos color burdeos, que en el caso del cadáver de Benedicto calza unos simplemente negros. El Santo Padre alemán se caracterizó durante su etapa al frente del Vaticano por recuperar muchas de las antiguas vestimentas cristianas, como la esclavina (la capa que cubre los hombros) y, especialmente, esos zapatos rojos, que también usó Inocencio V y en alguna ocasión su predecesor, Juan Pablo II. El color rojo obedece a una tradición del Imperio Bizantino, donde esta tonalidad representaba el poder y solo el emperador, la emperatriz y el Papa estaban autorizados a llevarlo en sus vestimentas. Además, para la Iglesia católica simboliza la sangre de los mártires que dieron su vida por Cristo. Al contrario que Benedicto, el Papa Francisco decidió desde un principio no utilizar los zapatos rojos y decantarse por otros mucho más sobrios.
Un Papa no reinante
Los restos mortales del Pontífice están, en las fotografías facilitadas a la prensa, apoyados en un catafalco con una tela de terciopelo rojo. Su cabeza está sostenida por dos almohadillas, a diferencia de Juan Pablo II, que al fallecer fue colocado en una combinación de tres almohadillas. Esto se debe, aparte de la importancia del tres para el Cristianismo, a que tres son los que corresponden a la triple corona papal, la famosa tiara del Papa. Dado que Benedicto no murió siendo el ‘Papa reinante’ no le corresponden las tres.
La tiara papal, que nació con la forma de un gorro frigio cónico o frigium, era en sus orígenes medievales un aro de lino o tela de oro que fue evolucionando hacia una corona de metal. Hacia el siglo XIII, la corona se convirtió en dos en una declaración de que el representante de Dios estaba por encima de reyes y reinos. La tercera corona se atribuye al papado de Aviñón (1309-1378) y se explica con la triple autoridad del papa como «pastor universal» (corona superior), «juez eclesiástico universal» (corona del medio) y «gobernante temporal» (corona inferior). Otras interpretaciones, sin embargo, apuntan al tres porque el Pontífice es «padre de príncipes y reyes, gobernador del mundo, vicario de Cristo».